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sábado, 5 de septiembre de 2015

El lenguaje de los jóvenes y adolescentes sigue siendo una preocupación en la casa y la escuela. Imagino la expresión de Miguel de Cervantes si escuchara palabras y frases como: el mío, locol, qué vuelta, guachineo… por mencionar algunas.


Los aseres, qué bolá, quedaron atrás, pues son palabras típicas en boca de personas marginadas y han perdido terreno en el argot popular. Al paso de los años, resurgen otras como el mío, el locol y se aferran para no irse.

Para estar a tono o formar parte del grupo de amigos, no es necesario pisotear de esa forma nuestro lenguaje y lo que más me llama la atención es que personas que pasan de los 40 años incorporan esas palabras, si es que pueden clasificarse así, a su modo de expresarse.

¿Qué será de nuestro idioma, tan rico en sinónimos, antónimos, sustantivos, adjetivos y verbos, entre otras palabras, dentro de unos años, si seguimos incorporando frases tan soeces, que denotan vulgaridad? 

Es necesario recordar que la forma en que nos expresamos, dice mucho de nosotros, como la ropa que usamos, entre otros aspectos que nos identifican.

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