El
lenguaje de los jóvenes y adolescentes sigue siendo una preocupación en
la casa y la escuela. Imagino la expresión de Miguel de Cervantes si
escuchara palabras y frases como: el mío, locol, qué vuelta, guachineo… por mencionar algunas.
Los aseres, qué bolá,
quedaron atrás, pues son palabras típicas en boca de personas
marginadas y han perdido terreno en el argot popular. Al paso de los
años, resurgen otras como el mío, el locol y se aferran para no irse.
Para
estar a tono o formar parte del grupo de amigos, no es necesario
pisotear de esa forma nuestro lenguaje y lo que más me llama la atención
es que personas que pasan de los 40 años incorporan esas palabras, si
es que pueden clasificarse así, a su modo de expresarse.
¿Qué
será de nuestro idioma, tan rico en sinónimos, antónimos, sustantivos,
adjetivos y verbos, entre otras palabras, dentro de unos años, si
seguimos incorporando frases tan soeces, que denotan vulgaridad?
Es
necesario recordar que la forma en que nos expresamos, dice mucho de
nosotros, como la ropa que usamos, entre otros aspectos que nos
identifican.
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