Al
conmemorarse el 1 de octubre el Día Internacional del Anciano, salen a la luz pública
aspiraciones existenciales y realidades contrastantes que afrontan los llamados
adultos de la tercera edad.
Arribar
a lo que suele llamarse “tercera edad”, no es, por supuesto, motivo de congoja
ni desaliento, teniendo en cuenta los achaques que suelen presentarse después
de los 60 años.
Son
muchos los que en Cuba
y en el mundo se preguntan si la idea de llegar a 120 años de edad es utopía o
está dentro de las probabilidades reales del ser humano, para lo cual los
optimistas se integran en el club de quienes aspiran a añejarse sin perder la
sonrisa y pienso en mi a vuelo con sus bellos 105 y quien dice lleno de
orgullo, que aún no cierra los ojos porque no le toca.
Lo
cierto es que lo importante no es acumular años, como si se tratara de una estadística de pelota a ver quién batea
más hits, sino en que esa longevidad esté acompañada de calidad de vida que
permita disfrutarla.
La
vejez debe verse como una
etapa de la vida en la cual, aunque ocurren cambios y se sufren pérdidas
importantes, se puede continuar creciendo como seres humanos. Llegar a la
tercera edad es un orgullo y no un infortunio.
La
familia juega un importante
papel en esto de proteger a los ancianos, es algo que debe enseñarse a los niños para que respeten a
los ancianos, los protejan y les tengan la máxima consideración.
Si
desde pequeños no contribuimos a valorar lo mucho que valen los ancianos de la
familia, que son los pilares del hogar, no podremos sentirnos orgullosos de la educación que hemos brindado a
nuestros hijos porque ellos a su vez deben continuar esas sabias enseñanzas de
valores morales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario